Ríos de resistencia. La historia de Sarita Macas de Ganaderos Orenses

 

Se le quiebra la voz. Con la mano se limpia las lágrimas con un poco de vergüenza. Toma aire y continúa: “Hoy he amanecido llorona, estaba pensando y preguntándome de dónde me salen esas ganas de luchar, si nadie me paga”. De golpe puedo ver, entre esas lágrimas, años de lucha, de toma de conciencia, de renacimientos, de perseverancia.

Quién me habla es Sarita Macas de Ganaderos Orenses, “me gusta que me llamen así”, ella habita en el Chocó Andino, en el noroccidente de la provincia de Pichincha, en Ecuador. Es una líderesa nata, hija del agua y las semillas. Su padre, Pepe Macas, líder comunitario  y defensor del agua, su madre Marina Pizarro, guardiana de semillas. En ese cruce de pilares de la vida, Sarita crece entre las reuniones y las luchas. “He sido lideresa comunitaria trabajando en diferentes proyectos y procesos de formación desde los 17 años. Con la pandemia tuve la oportunidad de regresar a Ashiringa, mi finca, allí empecé a dedicar tiempo a los niños y niñas, y a las mujeres de las comunidades vecinas”. Ese retorno marca el inicio de varios proyectos que, tras cuatro años, ya dan frutos sólidos.

El proyecto Escuela del polen Ranil Senanayakee, en honor del fundador de la forestería analógica en el mundo, fue patrocinado por Cáritas de la Diócesis de Santo Domingo por un lapso de un poco más de un año. Ahora, se está replicando en ocho escuelas rurales unidocentes, alcanzando a 95 niños y niñas y a 140 familias en sus fincas, huertas y emprendimientos. El proyecto se llama Familias emprendedoras estilos de vida sostenibles. En este proyecto se enseña a los niños, niñas y a las familias a sembrar, cuidar y consumir los alimentos producidos por ellos y ellas mismas. “La idea” comenta Sarita “es sostener la seguridad alimentaria y derribar la violencia económica que viven las mujeres rurales. Además, hemos tejido redes, nos hemos aliado y fortalecido en el camino con varias organizaciones como Cáritas Ecuador. Por primera vez recibí un pago por hacer lo que siempre he hecho. Además, soy parte de la Red de mujeres y diversidades del Chocó y  de la Red de bosque escuela del Chocó, organizaciones en las cuales me siento protegida”.

Otro de los proyectos forjados en la pandemia es Hilando sueños con 24 mujeres bordadoras a mano, que trabajan en emprendimientos que mejoran y permiten estilos de vida sostenibles. En estos procesos un elemento fundamental son las formaciones en derechos humanos y el desarrollo humano integral y solidario, que reciben con Cáritas. Y allí Sarita me dice algo clave: “Conocer tus derechos, conocer tu autonomía te ayuda a identificar dónde está la violencia”. “Tú sabes”- dice- “la mujer rural no habla por lejanía o por miedo. La violencia no está erradicada, pero ahora las mujeres salen solas a las capacitaciones. Son pasos pequeños, pero grandes”. Esa geometría social, de lucha, de romper cadenas es así, todo esfuerzo parece pequeño, pero en realidad es gigantesco.

En la vida Sarita ha vivenciado grandes cambios, y suena así: “Tenía 17 años y trabajaba de modelo. Estudiaba sistemas, yo hice el sistema de las farmacias de la diócesis de Santo Domingo, era vegetariana. ¡Y me casé con un carnívoro!”. Sonríe recordando el primer encuentro, el amor, la ilusión y las contradicciones a la que te enfrenta la vida.  “A los 20 tuve mi primera hija y mi cuerpo sufrió un cambio. De ser flaca, pasé a pesar 220 libras. Entonces decidí criar a mis hijos (en total tiene 4 - nota de redactora.) y yo hacía lo que mi esposo me decía: ‘No te pongas la lycra’, y yo no me ponía. Me transformé en una mujer sumisa, que vivía de las funditas de alimentos que él traía. Tenía un hijo, era una madre y la vida se acabó. Hasta que llegó la comadre, Lorena Gamboa, que hacía capacitación en equidad de género”. 

Corría el año 1996 y Sarita reacciona. “Desde entonces cambié mi historia. Me hice llamar Sarita Macas de Ganaderos Orenses. Decidí salir de la pobreza y abrí un restaurante, un gabinete de belleza dónde cortaba el cabello y hacía viveros. Yo trabajaba en los tres lugares. Fui entre las fundadoras de la primera Comisaría de la Mujer en Santo Domingo. Con mi marido nos peleamos. Lo denuncié y en la comisaría, la misma cuya apertura había apoyado, me dieron una boleta de auxilio. Ahora nos llevamos bien. Yo soy fuego y él es agua. Mis hijos han crecido. Tres ya son profesionales, el último todavía está en el colegio. Ahora yo trabajo, estudio y pienso”.

 

Y como guardiana de las semillas te digo que todos y todas somos semillas, en el bien o en el mal. La palabra es semilla.
— Sarita Macas

La lucha por el agua es la lucha por la vida

“Como defensora del agua me he involucrado con las comunidades del Chocó Andino, y logramos parar la intervención minera en nuestro territorio. Cuidar el agua es cuidar de nosotros y nosotras mismas. Desde el pequeño hongo, la pequeña hojita, hasta los seres humanos, todos necesitamos agua y no la podemos negar a nadie. Y como guardiana de las semillas te digo que todos y todas somos semillas, en el bien o en el mal. La palabra es semilla. Si tú eres semilla, puedes florecer donde sea, somos semilla que, regadas con los cuatro elementos, formamos vida”.

La vida de lucha de Sarita Macas de Ganaderos Orenses no se acaba y la ha expuesto mucho. Estar siempre en primera línea afecta. “Tengo miedo porque soy activista y sé que hacer para que escuchen nuestra voz, eso les da miedo y me amenazan”. Para un ratito, se queda pensando y concluye: “¿Sabes? Los sueños se cumplen, hay que dejar huellas bonitas porque esta tierra no nos pertenece”.




Entrevista de Giovanna Tassi.

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